Presentación
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Proteccionismo y libre comercio
El libre comercio es la doctrina económica según la cual la libertad de comercio internacional contribuye al aumento de la riqueza creada y es beneficiosa para todos los países que participan en estos intercambios. El libre comercio es una condición necesaria para un crecimiento fuerte y generalizado. Por lo tanto, los Estados deben abstenerse de proteger a los productores nacionales mediante la imposición de derechos de aduana sobre las importaciones o exportaciones, fijando cuotas que restringen la importación o la ex-portación de un producto en particular o mediante el uso de medidas no arancelarias, como las normas sanitarias o ambientales, siempre sospechosas de estar en realidad disfrazadas de medidas proteccionistas.
El libre comercio es, con la libertad de empresa, uno de los elementos fundamentales del liberalismo. A finales del siglo XVIII aparecieron los primeros defensores, en especial Adam Smith en Gran Bretaña y Turgot en Francia, quienes denunciaron los efectos nocivos de las políticas mercantilistas intervencionistas y proteccionistas de los Estados europeos en ese período. No fue sino hasta mediados del siglo XIX cuando se llevaron a cabo con eficacia las primeras medidas de libre comercio, con la abolición de las leyes proteccionistas del trigo (Corn Laws) en Inglaterra en 1846 y firmaron en 1860, un Tratado de Libre Comercio entre Francia e Inglaterra, seguido por muchos otros en Europa.
Sin embargo, contrariamente a la idea generalizada, los Estados Unidos continuaron siendo proteccionistas durante todo el siglo XIX y los estados de Europa continental, ante el problema en sus déficit del comercio exterior, sobre todo en relación con Inglaterra, abandonaron gradualmente el libre comercio a partir de 1879. Este primer intento de someter la producción y, especialmente, los productos alimentarios básicos a la competencia internacional y a la regulación del mercado fracasó. Los intereses agrarios e industriales afectados reaccionaron fuertemente como lo demuestra la adopción por parte de Francia en 1892, de la “tarif Méline” (derechos de aduana sobre las importaciones) muy protectora de la agricultura. Sólo Gran Bretaña, fuerte gracias a su superioridad industrial y al dominio que ejercía sobre las rutas marítimas, persistió en el libre comercio.
Según la teoría de las ventajas absolutas de Adam Smith, cada país tiene la ventaja de especializarse en producciones locales y menos costosas y de importar productos cuyos costos de producción son más bajos en el extranjero. Pero, ¿qué sucede cuando los costes de producción son sistemáticamente más altos en un país, como es el caso en nuestros días en los países industrializados? ¿Deben proteger a sus productores mediante los aranceles o cuotas? Ricardo expuso, por primera vez, la teoría de los costos comparativos, que continúa en nuestros días como la principal justificación de la doctrina del libre comercio. En efecto, él demuestra razonando, mediante un ejemplo simplificado de intercambio comercial bilateral entre Inglaterra y Portugal, que a pesar de que los costos absolutos de producción de vino y tela son más altos en Inglaterra, ambos países tienen un interés en especializarse en la producción de bienes cuyo costo relativo es menor, con miras a la exportación. De ese modo, si el costo relativo del vino es más alto en Inglaterra, tendrá ventaja al especializarse en la producción de telas e importar vino de Portugal. Por el mismo costo de producción, Inglaterra obtendrá a la vez más vino y más tela que en ausencia de comercio. Ocurre lo mismo para Portugal, a pesar de sus menores costos absolutos.
El razonamiento de Ricardo supone que las diferentes tecnologías en ambos países son datos sin explicar. En la primera mitad del siglo XX, tres economistas reformulan la teoría de las ventajas comparativas (Heckscher, Ohlin y Samuelson). Cada país se caracteriza por una historia y una geografía particulares y, por tanto, diferentes cantidades de capital técnico y financiero, de mano de obra disponible, de materias primas y de diferentes condiciones climáticas. Estas son las distintas dotaciones de factores productivos que explican las especializaciones de los diferentes países. Un país exportará productos que incorporan relativamente más factores que están a su disposición de manera abundante y relativamente menos factores escasos. El comercio internacional entraña una tendencia a equiparar la remuneración de estos factores en todos los países participantes en los intercambios, ya que el factor abundante será más utilizado y por lo tanto mejor pagado; y el factor escaso se usará cada vez menos y por tanto será menos remunerado que en su ausencia.
Este “teorema de Heckscher, Ohlin y Samuelson” (HOS) constituye un poderoso argumento a favor del libre comercio, por cuanto pretende que incluso sin la posibilidad de que los factores de producción traspasen las fronteras, el comercio internacional permitirá racionalizar su uso y atenuar su escasez o utilizarlos mejor si son demasiado abundantes. Sin embargo, este teorema pone de relieve un elemento crucial del debate proteccionismo-libre comercio. El libre comercio tiende a favorecer a los poseedores de los factores de producción más abundantes y a desfavorecer a los que poseen los factores más escasos. De ese modo, Samuelson y Stolper muestran en 1941, que cuando el trabajo es relativamente escaso, los salarios son más bajos en condiciones de libre comercio. Entonces, la elección de una política comercial es única-mente un asunto de eficacia económica, un aspecto sobre el cual insisten especialmente los economistas liberales. Cualquier cambio en la política comercial con efectos redistributivos modificará la repartición de los ingresos en el país. Con independencia de la opción adoptada, cualquier cambio va a crear así ganadores y perdedores.
A partir del siglo XIX, Friedrich List sostuvo que el libre comercio puede impedir que las industrias incipientes se desarrollen y propone un proteccionismo educador, tal como se practica en Alemania y en los Estados Unidos para luchar contra la competencia de las industrias británicas. Sin embargo, según él, el libre comercio es preferible cuando los asociados comerciales han alcanzado el mismo nivel de desarrollo. El autor será así un firme partidario de la Zollverein, la unión aduanera establecida en 1834 entre los Estados alemanes.
Para probar la pertinencia del teorema HOS, Leontieff obtiene un resultado paradójico después de la Segunda Guerra Mundial, comparando la proporción de capital y de trabajo en las exportaciones e importaciones de los Estados Unidos. Mientras que los Estados Unidos se caracterizan entonces por una abundancia de capital, comprueba que ellos importan bienes intensivos en capital y exportan bienes intensivos en trabajo, lo que cuestiona por completo la pertinencia de este teorema.
Por último, Bairoch demuestra que el libre comercio constituye únicamente un paréntesis muy corto en la historia del capitalismo en los siglos XIX y XX y los períodos de alto crecimiento no están particularmente relacionados con los episodios de liberalización del comercio. Por ejemplo, las metrópolis imponen a sus colonias la libre entrada de sus productos industriales, lo que conduce a la progresiva desindustrialización del Tercer Mundo. En sentido contrario, el fuerte crecimiento de los Estados Unidos en el siglo XIX se acompaña de un proteccionismo sistemático.
Desde un punto de vista teórico, se observa también que el teorema HOS se basa en suposiciones poco realistas. Por una parte, supone que los métodos de producción son los mismos en todas partes y que los rendimientos son constantes (para duplicar la producción deben duplicarse las cantidades de los factores utilizados). Por otra parte, los mercados estarían todos en competencia, los vendedores y los compradores son suficientemente numerosos para que ninguno de ellos esté en condiciones de influir en los precios. Sin embargo, numerosas industrias tienen costos fijos y rendimientos crecientes. Este es el caso de las industrias de redes (ferrocarril, teléfono, distribución de agua o electricidad…) y de todas las industrias en las cuales el gasto en in-vestigación y desarrollo o de publicidad son importantes. Los costes medios son mucho más bajos cuando la producción es importante, lo que favorece la concentración empresarial y dificulta la llegada de nuevos competidores. En estas condiciones, la competencia puede debilitarse o incluso desaparecer. Las condiciones de validez del teorema raramente se cumplen en la realidad.
Por último, la teoría de las ventajas comparativas, al igual que la teoría económica neoclásica en su conjunto, menosprecia la importancia de las relaciones de poder. Por una parte, en el modelo, la naturaleza de la especialización es irrelevante. En la práctica, una posición dominante en las exportaciones de armamento no es equivalente a una especialización en la producción de cacao o té. Por otra parte, el modelo prueba que un país se beneficia al explotar sus ventajas comparativas. Si hay ganadores y perdedores, las ganancias de los primeros son superiores a las pérdidas de los segundos. En teoría, los perdedores podrían ser compensados; pero se omite el hecho de que en la práctica nunca lo son y en los casos excepcionales en que reciben compensación, es de manera muy parcial.
Así, la teoría de las ventajas comparativas no es suficientemente capaz de explicar de manera satisfactoria la estructura y la evolución del comercio internacional durante el siglo XIX y la primera mitad del XX. Su éxito entre los economistas se debe a la vez a: la exactitud de su intuición fundamental, que sigue siendo relevante incluso si es sólo una explicación parcial; al hecho de que las situaciones de rendimientos crecientes y la competencia imperfecta no se moderaron, hasta una fecha reciente, en un marco de equilibrio general que continúa siendo la referencia básica de la teoría económica dominante. Sin embargo, la ideología liberal, que ejerce siempre un gran atractivo entre los economistas, necesitaba una teoría justificativa formalmente coherente, incluso a costa su pertinencia.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los países industrializados comenzaron a disminuir las protecciones aplicadas en el contexto de las economías de guerra y el libre comercio fue progresivamente ganando terreno, gracias a las negociaciones arancelarias en el marco del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). Sin embargo, sectores importantes como la agricultura y los servicios se mantienen alejados de este movimiento de liberalización. El control que los Estados ejercen sobre el flujo de bienes disminuye lentamente, pero continúa siendo fuerte en el movimiento de los factores de producción, capitales y mano de obra.
Desde los años 70, y aún más en los años 80 con la llegada al poder de Gobiernos muy liberales en dos países claves del sistema financiero y comercial internacional (Reagan en los Estados Unidos y Thatcher en el Reino Unido), la desregulación de los mercados financieros se fue implementando progresivamente. Se acompaña de una liberalización cada vez más acentuada de los flujos comerciales, en especial, con la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1994, la única organización internacional que tiene la capacidad de imponer sus decisiones a los Estados. El objetivo de la OMC es promover la apertura comercial, las negociaciones sobre la reducción de los aranceles y sobre las barreras no arancelarias continúan, lo que legitimó en la realidad el desarrollo de diversas formas de dumping social y ambiental. La aparición de nuevas tecnologías, especialmente en el campo de la información y la comunicación, y la desregulación de los transportes permitieron una fuerte disminución de los costos de transporte y de transacción.
Paralelamente a estas evoluciones, y en gran parte gracias a ellas, han surgido nuevos actores, cuyo poder ahora se puede comparar con el de los Estados. La producción de las empresas multinacionales representa una cuarta parte del producto interno bruto mundial. La tercera parte del comercio internacional es el comercio “intra firma”, cuyos precios son unidades de cuenta, determinadas por razones fiscales o de política interna y no por las relaciones de mercado. Las ventas en las instalaciones de las filiales extranjeras de las empresas multinacionales, que sustituyen parte del comercio internacional, representa ahora el doble del valor del comercio mundial de bienes y servicios. Además, se trata ahora en gran medida de un comercio “intra industrial”. Dos países intercambian productos muy similares, tales como automóviles, que incorporan factores de producción idénticos y reposan sobre niveles tecnológicos similares, para satisfacer una demanda interna de diversificación.
Es decir que la naturaleza del comercio mundial ha cambiado en los últimos cuarenta años y la teoría de las ventajas comparativas está totalmente superada, por cuanto presenta al libre comercio como una estrategia óptima de los Estados y no toma en cuenta el papel de las empresas en las evoluciones del comercio internacional. Este cambio se acompaña de una revisión de la teoría del comercio internacional, marcada por la contribución de Paul Krugman. En la actualidad, se basa en los supuestos de rendimientos crecientes (los costes de producción son más bajos en la medida en que la producción es importante) y de la competencia imperfecta (algunos actores pueden influir en los precios); e incorpora elementos de las estrategias corporativas. Esta nueva teoría ya no permite afirmar que una intervención bien calculada del poder público no pueda ser beneficiosa, en especial para ayudar a los productores a llevar al tamaño crítico. Esto es particularmente importante para las industrias que producen externalidades positivas para el resto de la economía, tales como la difusión de conocimientos. Por ejemplo, este es el caso de las industrias de alta tecnología. La nueva teoría del comercio internacional se une a las ideas de Friedrich List, y rehabilita el concepto de industria estratégica.
Sin embargo, esta conclusión normativa en favor de un proteccionismo inteligente no coincide con la mayoría de los economistas, que se adhieren al libre comercio. Según la economía política liberal, si los mercados son imperfectos, a causa de las externalidades, los costos de transacción y las asimetrías de información, el Gobierno lo es aún más por cuanto sus decisiones están inspiradas en los grupos de presión y no en el interés general. Por lo tanto, la política comercial de un país es altamente susceptible de ser definida a partir de consideraciones de distribución de ingresos y no de la eficacia económica. Puede argumentarse en contra de esa última posición que, si bien los más poderosos agentes económicos están a favor del libre comercio, ¡es también porque les favorece en la distribución de los ingresos!
Con razón, los economistas liberales advierten sobre la influencia excesiva de grupos de presión en la definición de las políticas públicas. Pero más que un argumento a favor del “laissez –faire”, se trata de un argumento a favor de más limitaciones y controles a la acción de estos grupos de presión. En el ámbito político de una democracia, a pesar de todo, el peso de los actores económicamente más poderosos es más limitado que en los mercados, siempre que su influencia en la elaboración y la difusión de las informaciones sea también limitada y controlada, lo que no ocurre en la actualidad. Por lo tanto, este argumento de los liberales puede volverse en su contra y servir de base, más bien, para una intervención política que limite la influencia de gru-pos de presión en los medios de comunicación, fortaleciendo el control ciudadano.
En la historia, la protección ha sido la regla; el libre comercio, la excepción. Sin embargo, si el libre comercio nunca fue total, el grado de protección varió mucho; moderada en momentos de tranquilidad, muy fuerte en tiempos de guerra o de crisis graves. En el entorno actual de crisis profunda y prolongada del capitalismo global, la posición de libre comercio es mucho más difícil de sostener. Lo demuestra la tímida evolución reciente de la posición de la OMC. En efecto, desde su creación la OMC ha tenido por misión favorecer progresivamente la reducción de los aranceles, pero también la eliminación de las barreras no arancelarias, que se consideran sistemáticamente como medidas proteccionistas encubiertas. Sin embargo, en su último informe sobre el comercio mundial reconoce que estas medidas pueden responder a objetivos legítimos de política pública, como la protección de la salud de los consumidores o la lucha contra el cambio climático. Para limitar el manejo de las decisiones de política comercial por parte de los grupos de presión, el Informe recomienda que estas medidas no se tomen de manera unilateral, sino que resulten de las negociaciones internacionales en el seno de la OMC. Una vez más se trata de rechazar el análisis de la realidad en las relaciones de poder y preservar la capacidad nociva de los grupos de presión más ricos e influyentes, muy activos en las negociaciones internacionales.
Bibliografía sugerida: BAIROCH, P. (1999), Mythe et paradoxe de l’histoire économique, Paris, éd. La Découverte poche; BERNARD, A. (2013), La guerre des farines, in Droits fondamentaux, ordre public et libertés économiques, bajo la dirección de F. Collart Dutil-leul et F. Riem, Bayonne, Institut universitaire Varenne, p. 153; FONTAGNE, L., Commerce international – Théories, Encyclopædia Universalis; KRUGMAN, P. R. (1987), Is free trade passé ?, The Journal of Economic Perspective, volume 1, n° 2, p. 131; ORGANIZACION MUNDIAL DEL COMERCIO (2012), Comercio y políticas públicas: Análisis de las medidas no arancelarias en el siglo XXI, Informe sobre el Comercio Mundial 2012, Ginebra (consultable en línea).
LAURE DESPRES
Véase también: : – Carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados – Cláusula de Salvaguardia – Corn Laws – Organización Mundial del Comercio – Soberanía Alimentaria.