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Economía de subsistencia

Una economía de subsistencia se define generalmente como una economía basada en el autoconsumo, es decir, la producción por un grupo pequeño, familiar o no, de los bienes y servicios requeridos para satisfacer sus necesidades básicas, sin que sea necesario recurrir al comercio con el exterior del grupo, excepto marginalmente. La economía de subsistencia está estrechamente vinculada con las formas tradicionales de propiedad de la tierra, con aspectos tanto colectivos como transgeneracionales, lo que la convierte de hecho en inalienable. Casi todos los agricultores en el mundo vivían en este sistema hasta el siglo XVIII y todavía es el caso de la mayoría de ellos, sobre todo en los países pobres.



Hay algunos países en el mundo donde la gran mayoría de la población sigue viviendo en una economía de subsistencia. Este es el caso, por ejemplo, de algunos Estados insulares del Pacífico Sur, como Papua Nueva Guinea, Islas Salomón y Vanuatu. A pesar de un bajo nivel de tecnología y una carencia casi total de capital financiero, la productividad del trabajo agrícola es relativamente alta, gracias al clima tropical cálido y húmedo y a una exuberante vegetación. Debido a que la tierra sigue siendo abundante, a pesar del acelerado crecimiento demográfico tras el colapso de la población causado por la colonización, una pequeña cantidad de trabajo permite a los habitantes rurales disfrutar de una vida sobria, pero social y culturalmente equilibrada. Alrededor de las ciudades y en las zonas aptas para los cultivos extensivos, la minería o el turismo, la presión sobre la tierra pone, sin embargo, en peligro el mantenimiento de este tipo de economía que es: respetuosa del ambiente, tanto que la presión demográfica no conduce a la sobreexplotación de la tierra; socialmente eficaz, garantizando el acceso de todos a la tierra y la solidaridad dentro del grupo; especialmente resiliente a los choques externos, como la actual crisis global.

En un sentido realista, toda economía debería ser calificada como una economía de subsistencia porque “los hombres, al igual que todos los seres vivos, no pueden vivir de forma sostenible sin un entorno físico donde encuentran su sustento” (Polanyi). Ciertamente, Atenas y Roma en la Antigüedad y Gran Bretaña en el siglo XIX eligieron asegurar una gran parte de la subsistencia de su población por medio de importaciones de granos, gracias al dominio político y militar de los mares asegurado por su imperio. En la actualidad, muchos países dependen para sus aprovisionamientos de mercados financiarizados de productos agrícolas. Sin embargo, en un mundo finito con recursos naturales gravemente limitados y frente a la crisis ambiental que crece inexorablemente, la producción agrícola se convertirá en un importante reto mundial en el siglo XXI y la soberanía alimentaria será una necesidad política y social clave.

Desde finales del siglo XVIII, los economistas liberales sostienen que el bajo nivel de producción de las economías de subsistencia se explica por la baja productividad del trabajo. Esta última no permitiría producir un excedente, es imposible acumular riquezas y crear un capital productivo que, a su vez, aumentaría la productividad del trabajo. Una economía de subsistencia se ve como sinónimo de pobreza y la propiedad tradicional de la tierra como una de las principales causas del subdesarrollo.




A lo largo de la Colonia, estas concepciones justificaron la apropiación, a menudo extremadamente violenta, de las tierras de los pueblos indígenas por parte de los colonos europeos y su inserción forzada en la economía de plantación, a veces mediante la destrucción de sus cultivos tradicionales, a veces por la fijación de impuestos monetarios, a veces por el trabajo forzado o la esclavitud. Todavía influyen directamente en las estrategias de desarrollo recomendadas por los organismos internacionales: para ellos, es esencial reformar la propiedad tradicional de la tierra, registrando a los propietarios, para garantizar la seguridad jurídica de los contratos de arrendamiento a largo plazo y permitir la “extracción del valor comercial”.

Se trata de promover el turismo internacional, la minería o los grandes cultivos de exportación (algodón, cacao, café…), que requieren inversiones financieras y técnicas significativas, fuera del alcance de la población local. De acuerdo con la lógica liberal, la alta productividad del trabajo permite el pago de salarios más altos y la inserción de los agricultores, empleados u obreros, en una economía monetaria y en el mercado mundial. En la práctica, sin embargo, son muy pocos los puestos de trabajo creados.

Y, por último, la destrucción de los cultivos y de la economía de subsistencia, que anteriormente permitían a las respectivas poblaciones satisfacer sus necesidades básicas, o la migración hacia las ciudades de las poblaciones privadas de sus tierras, donde su horizonte se encuentra limitado por una pobreza que ahora sí es real y de la que no hay esperanza de escape, no se toma en cuenta. En efecto, esta economía tradicional destruida solo contribuía marginalmente a los indicadores de riqueza monetaria comúnmente utilizados para medir el desarrollo, como el Producto Nacional Bruto. Por el contrario, las nuevas actividades – turismo, minería y cultivos de exportación – contribuyen y aparecen así como una creación neta de riqueza.




Bibliografía sugerida:  MARSHALL, G. (1998), Subsistence economy, in A Dictionary of Sociology, Oxford, Oxford University Press;  POLANYI, K. (2011), La subsistance de l’Homme. La place de l’économie dans l’histoire et dans la société, Paris, éd. Flammarion;  REGENVANU, R. (1998), The traditional economy as a source of resilience in Vanuatu, in In Defense of Melanesian Customary Land, bajo la dirección de T. Anderson et G. Lee, AID/WATCH (consultable en línea).

LAURE DESPRES

Véase también:ColonizaciónPueblos autóctonosSoberanía alimentaria.