Presentación
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Agroecología
2007 y 2008, dos años en que “el regreso de los estómagos vacíos” de los países del Sur (citando las palabras de Gilles Fumey en Géopolitique de l’alimentation, 2008) llegó a los oídos de los países del Norte. La crisis alimentaria más grave desde 1974, causada por el encarecimiento de los alimentos en el mercado internacional, provocó un aumento sin precedentes del número de personas malnutridas.
A la vanguardia de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, adoptados en el año 2000, la lucha contra el hambre y la pobreza continúa hoy suscitando grandes preocupaciones, principalmente de parte de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) que ha mostrado sus inquietudes en la Cumbre Mundial sobre la Seguridad Alimentaria, en 2009, en relación con los efectos de una “disminución crónica de la inversión en la seguridad alimentaria, la agricultura y el desarrollo rural”.
El desafío se plantea en los siguientes términos: para alimentar a una población mundial que superará los 9 millardos en el 2050, la producción agrícola debe aumentar en un 70% para esa fecha. Al mismo tiempo, se deben tomar medidas para garantizar el acceso -físico, social y económico- de todos a alimentos suficientes, inocuos y nutritivos. En 2011, los miembros del G-20 precisaron que la necesidad de aumentar la producción y la productividad debe realizarse desde una perspectiva sostenible, imponiendo “las mejoras en la gestión del agua y los suelos, las tecnologías agrícolas mejoradas y un ambiente adaptado y propicio que pueda conducir a una mayor inversión, en particular de parte del sector privado”.
Los miembros del G-20 se adhirieron, entre líneas, a los análisis de Olivier de Schutter, Relator Especial de las Naciones Unidas sobre el Derecho a la Alimentación, cuyo informe publicado en el año 2011 veía en la crisis mundial de alimentos el símbolo del fracaso del modelo productivista de la agricultura basado en el uso intensivo de insumos, el riego, la mecanización y la selección de variedades. En razón de este informe, la afluencia indispensable de la inversión extranjera directa en el sector agrícola debe servir para desarrollar un modelo de producción sostenible, propicio para la emancipación económica y social de los países en desarrollo y debe orientarse hacia la concretización progresiva del derecho a una alimentación adecuada en el contexto de la seguridad alimentaria nacional.
La agroecología figura entre estos modelos alternativos de desarrollo agrícola, de manera totalmente compatible con las dimensiones asociadas a la realización del derecho a una alimentación adecuada y de calidad. Siendo una fusión de dos disciplinas científicas – la agronomía y la ecología –, la agroecología es a la vez una ciencia y un conjunto de prácticas. Como ciencia que surge en los años 1970-1980, bajo el impulso de algunos autores americanos (Altieri, Gliessman), la agroecología es definida en el Informe de 2010 de Olivier de Schutter, como la aplicación de ciencia ecológica al estudio, diseño y gestión sostenible de los agro-ecosistemas. Como prácticas agrícolas, inspiradas principalmente en el conocimiento tradicional indígena, este mismo informe la define esta vez como el conjunto de técnicas que permiten “mejorar los sistemas agrícolas mediante la imitación de los procesos naturales.” Esta tiene, por principios fundamentales, el reciclaje de elementos nutritivos y la energía sobre el terreno en lugar de la introducción de insumos externos; la integración de los cultivos y de la ganadería; la diversificación de las especies y de los recursos genéticos de los agro-ecosistemas en el espacio y el tiempo; y el énfasis en la interacción y la productividad a través del conjunto del sistema agrícola más que sobre las variedades individuales. Por último, la rehabilitación de los conocimientos tradicionales y el intercambio de experiencias de los propios agricultores se encuentran en el centro del enfoque agroecológico.
La agroecología, que recibe un apoyo cada vez mayor en el seno de la comunidad científica y de las organizaciones internacionales tales como la FAO y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), finalmente se puede definir a la luz de su objetivo que traduce, por sí solo, la complejidad de la ecuación a resolver: el aumento adecuado de la productividad agrícola y de la producción en los países con déficit de alimentos se debe combinar con una mejora en las condiciones de vida de los pequeños productores, preservando al mismo tiempo los ecosistemas. Para el Relator Especial de las Naciones Unidas sobre el Derecho a la Alimentación, la agroecología es realmente un concepto coherente que, inmerso en el marco conceptual del desarrollo sostenible, está estrechamente vinculado a los principios fundamentales del derecho de todo ser humano al acceso a una dieta sana y suficiente.
Para que el derecho a la alimentación sea garantizado, es necesario que haya alimentos disponibles. Las técnicas agroecológicas usadas en varias partes del mundo, tales como la gestión integrada de los nutrientes, la agroforestería (introducción de árboles multifuncionales en los sistemas agrícolas), la captación de agua en zonas áridas (que permite cultivar las tierras anteriormente degradadas o abandonadas), la integración de la ganadería en los sistemas de producción agrícola, han demostrado aumentar sensiblemente los rendimientos agrícolas a nivel local. Una constatación validada por el estudio, a gran escala, llevado a cabo a solicitud de los responsables del proyecto de previsiones del Gobierno británico para el futuro de la alimentación y la agricultura en el mundo (los resultados de este estudio, publicado en 2011, informaron de 40 proyectos relacionados con la agroecología, examinados en 20 países africanos en los que se desarrolló la intensificación sostenible durante la década de 2000; en promedio, el rendimiento de los cultivos aumentó más del doble durante un período de 3 a 10 años, lo que ha dado lugar a un aumento de la producción alimentaria total de 5.790.000 toneladas por año, sea 557 kg por familia agricultora).
Las prácticas agroecológicas también garantizarían un mejor acceso a los alimentos, contribuyendo a la reducción de la pobreza rural. Olivier de Schutter insiste, sobre este punto, en el hecho de que las técnicas agroecológicas son maneras de bajo costo para proveer de fertilizantes, a partir de las deyecciones del ganado o de los desechos de los cultivos, o mediante la plantación de árboles, que son verdaderas fábricas para la captación y fijación del nitrógeno al suelo. Consecuencia: la disminución de la dependencia de los pequeños agricultores a los fertilizantes sintéticos, cuyos precios son cada vez más altos y volátiles, así como de las ayudas del Estado.
Los recursos ahorrados pueden ser utilizados por el productor y su en-torno para satisfacer otras necesidades básicas y hasta ahora sacrificadas, como la educación o el cuidado de la salud. La agroecología también contribuye a la adecuación de la producción agrícola a las necesidades nutricionales de las poblaciones locales. Uno de los elementos clave de las prácticas agroecológicas es, de hecho, diferenciarse de la práctica del monocultivo de cereales que es una de las principales causas del desarrollo de deficiencias nutricionales. Por último, la gestión sostenible del ambiente se encuentra en el corazón mismo de la ciencia y de las prácticas agroecológicas que, fortale-ciendo la resiliencia de los ecosistemas agrarios, contribuyen activamente a reducir los efectos del calentamiento global y el aumento de los fenómenos meteorológicos asociados, tales como las sequías y las inundaciones.
Sobre la base de la participación de los agricultores y el intercambio de sus conocimientos, la agroecología se ha desarrollado bajo la influencia de las organizaciones no gubernamentales y por la multiplicación de iniciativas locales (las granjas-escuelas desarrolladas por los movimientos asociativos, por ejemplo). El despliegue a mayor escala de este modelo agrícola sostenible supone un compromiso más importante de los poderes públicos. Este compromiso se observa en la oferta de bienes públicos necesarios para el desarrollo de la agroecología: los servicios de información, las instalaciones de almacenamiento, las infraestructuras rurales, la investigación y el desarrollo en el ámbito agrícola, la educación y el apoyo a las organizaciones y cooperativas de agricultores.
La acción de los poderes públicos deberá inscribirse también en la organización misma de los mercados -según Olivier de Schutter- para proteger a los agricultores frente a la volatilidad de precios y el dumping de productos subvencionados en los mercados locales. Del mismo modo, los sistemas de contratación, incentivos fiscales y programas de crédito y las políticas de uso de la tierra deben tener en cuenta la necesidad de una transición hacia la producción con bajas emisiones de carbono y con baja utilización de insumos internos, donde los agricultores estén involucrados en el desarrollo de las políticas que les afectan.
Bibliografía sugerida: GLIESSMAN, S. (2007), Agroecology: the ecology of sustainable food systems, Boca Raton, Florida, CRC Press; GODFRAY, Ch. (dir.) (2011), Le futur de l’alimentation et de l’agriculture, UK Government’s Foresight Project on Global, Go-vernment Office Of Science (consultable en línea); DE SCHUTTER, O. (2011), La agroe-cología y el derecho a la alimentación, Informe del Relator especial de Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación, presentado ante el 16º período de sesiones del Consejo de Derechos Humanos [A/HRC/16/49] (consultable en línea); VEILLARD, P. (2011), Qu’est-ce que l’agro-écologie ?, Défis sud, n° 103, p. 9.
THOMAS BREGER
Véase también: – Agricultura – Desarrollo Sostenible – Seguridad alimentaria.